domingo, 19 de febrero de 2012

Dr. Fdo. Asuero: increibles curaciones


Doctor Fernando Asuero y sus increibles curaciones.

Bautizado como el doctor milagros, el polémico y para muchos desconocido Fernando Asuero fue un innovador en la medicina con sus sorprendentes técnicas para curar mediante la manipulación del trigémino.

Estableció su consulta en un céntrico hotel de San Sebastián y hasta ella se desplazaban enfermos y tullidos que hacían largas colas esperando ser curados. Muchos entraban con muletas y salían caminando.

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Hace ahora 80 años el mundo asistió impresionado a las curas milagrosas que el reputado doctor Fernando Asuero realizaba en su consulta. Paralíticos que volvían a andar, epilépticos que sanaban y dolencias que desaparecían gracias a la asueroterapia, un singular y misterioso método descubierto por este médico. Ésta es su historia.

El 9 mayo de 1929 los periódicos El Pueblo Vasco y El Sol abrieron sus cabeceras con este titular: “¿Qué sabe usted de las curas del doctor Asuero?”. Hasta sus redacciones habían llegado los comentarios de algunos ciudadanos que aseguraban haberse curado de graves dolencias gracias a un método sencillo e indoloro descubierto por el médico donostiarra Fernando Asuero.

Esta fue la chispa para que el mundo conociera lo que desde hacía unos meses sucedía en San Sebastián en la consulta de un reputado doctor descendiente de una ilustre familia de cirujanos cuyo lema era: “En combatir el dolor cifraré todo mi honor”. Tanto los enfermos sanados como los testigos de esas curaciones rechazaban la superchería y el curanderismo y hablaban de pura y simple medicina. Estas declaraciones motivaron, a su vez, el interés de la clase médica, ansiosa por descubrir las claves terapéuticas de un método revolucionario bautizado como asueroterapia. Así fue como se originó uno de los episodios más desconocidos y fascinantes de nuestro pasado reciente.

  • Programa Cuarto Milenio completo, muy interesante, pero el tema de doctor Ausero lo podeis ver a partir del minuto 8:25 con el psiquiatra forense doctor José Cabrera y el nieto del doctor Fernando Asuero, también médico. Conoceremos más a fondo a un controvertido personaje para algunos un genio injustamente tratado.



Nace un genio

Fernando Asuero y Sáenz de Cenzano nació en San Sebastián el 29 de mayo de 1887, justo 42 años antes de que su nombre se hiciera mundialmente célebre. Procedía de una ilustre familia de cirujanos en la que destacó especialmente su abuelo, Vicente Asuero y Cortázar, que fue catedrático de Terapéutica General, Farmacología y Arte de Recetar, y médico personal del rey consorte Francisco de Asís. Por tanto, no es de extrañar que su nieto Fernando se decantara por esta profesión formándose en la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Madrid, primero, y en las de París y Cambridge, después. Quienes lo conocieron aseguran que era un hombre sencillo, humilde, amigo de sus amigos, extrovertido, dinámico y de una extraordinaria vitalidad. “Hombre jovial, siempre de buen humor, que habla a voces, anda a saltos y ríe siempre”, decía de él el periodista José María de Barbachano. Si se mencionan sus cualidades es, en parte, porque todo indica que su revolucionario método de curación precisaba de un fuerte componente psíquico, de una extraña sintonía entre el alma del paciente y la de su doctor. Precisamente, una de las aficiones más conocidas de este personaje era leer sobre lo que en aquel tiempo se llamaban “ciencias ocultas”. En el libro Las curaciones del doctor Asuero, su autor, José Carlos Vea, asegura que a Asuero “el ocultismo y lo paranormal no le eran ajenos, ya que se interesaba por aquellas cuestiones de difícil explicación por parte de la ciencia”. Asimismo, era un apasionado de la cultura china y de sus procedimientos curativos, especialmente de la acupuntura, cuya efectividad comenzaba a ser conocida en Occidente.
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Figura mediática
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Tras especializarse en Otorrinolaringología en la Universidad de Cambridge (Reino Unido), el doctor Asuero regresó a San Sebastián y trabajó en varios hospitales hasta abrir su propia consulta en pleno centro de la ciudad. Rápidamente fue haciéndose conocido entre los ciudadanos debido a sus buenas artes y, sobre todo, a su excelente trato personal y a su compromiso social, que le llevaría a ejercer de concejal entre 1923 y 1925. Y así fueron transcurriendo los años, hasta que el 9 de mayo de 1929 los periódicos El Pueblo Vasco y El Sol publicaron la noticia antes mencionada. A ellos se les unió en esa misma jornada La Voz de Madrid con el titular “¿Será verdad o no? El trigémino y algunas extrañas curaciones”.

Los tres diarios mencionaban las supuestas curaciones que un tal doctor Fernando Asuero llevaba practicando en su consulta desde hacía meses. En ese momento las informaciones eran confusas, pero suficientemente llamativas para que recalaran en la ciudad los corresponsales del resto de los periódicos nacionales, ansiosos por hacerse eco de todo este asunto. “Surgió como un relámpago con su claridad vivísima y la tormenta fue creciendo en intensidad y extensión”, explica José María Barbachano al referirse a ese momento inicial. Y añade que “de la Bella Easo –San Sebastián– pasaron los acontecimientos y las referencias a la provincia, de la provincia a la nación y de la nación al mundo entero”.

Los periodistas acudieron en masa a la consulta del doctor Asuero para entrevistarle sobre su método y comprobar la veracidad de las supuestas curaciones, pero él se negó a hablar. Sin embargo, gracias a los testimonios de varios enfermos ya sanados, lograron averiguar que consistía en excitar –mediante unos estiletes acabados en forma de roseta– diversos nervios nasales, principalmente el trigémino, que está conectado a otro, el simpático.

Lo asombroso de su técnica era que de una forma tan sencilla se lograra curar enfermedades tan diversas como el asma, la epilepsia, las úlceras varicosas, la sordera, la ceguera y la parálisis, al tiempo que destacaba su efectividad sobre los procesos dolorosos. Además, para lograrlo no hacían falta muchas sesiones ni largas operaciones; bastaban unas pocas citas y, en ocasiones, solo unos minutos.

Pronto salieron a la luz casos como el de Benito Jovarri, inválido desde hacía más de 20 años que, tras acudir al doctor Asuero, salió caminando por su propio pie; el de el de Bienvenido Sanz, que padecía una fuerte parálisis bucal de la que se curó tras la intervención; o el del guardia civil Alberto Sánchez, que se recuperó de su discapacidad en la primera sesión.

Estos casos no hicieron sino aumentar la llegada de enfermos a la ciudad. Los hoteles colgaban el cartel de completo y las calles adyacentes a la clínica se colapsaban de gente a la espera de conseguir una cita. Tal fue la avalancha que la consulta debió trasladarse al cercano hotel Príncipe, en el que el doctor Asuero ocupó tres habitaciones. Asimismo, opinar, incluida la clase médica, y el propio doctor Gregorio Marañón expresó en El Sol su posición contraria al procedimiento de Asuero, mientras que el experto en Otorrinolaringología Amalio Gimeno censuraba en ABC a los médicos que no se esforzaban en investigar el asunto.

A los pocos días los periódicos ya habían adoptado una postura concreta en relación con el doctor Asuero. La mayoría de los medios optó por la crítica feroz y la burla, con titulares del tipo “Como maniobra psicoterápica puede pasar, pero como invento maravilloso linda con la caricatura” o “El caso del trigémino. Si es broma puede pasar”. El Heraldo de Madrid incluso creó una sección propia sobre el tema con el epígrafe “Un escándalo científico”.

Por supuesto, también hubo quienes lo defendieron y publicaron las declaraciones de los numerosos enfermos que afirmaban haberse curado gracias a él. “Conocemos muchas curas efectuadas por el doctor Asuero o sus imitadores; pero la relación sería interminable”, afirmaba ABC en una de sus crónicas. La alusión a los imitadores se debía a que, a raíz de la fama adquirida por la asueroterapia, centenares de médicos se volcaron inmediatamente en aplicarla –con mayor o menor fortuna– en sus consultas. Como aseguraba el doctor Jiménez Quesada en su libro De Fleming a Marañón, “no hubo lugar en toda la geografía donde no se practicara”.

Y no solo en España. Hubo seguidores de la asueroterapia en Francia, Italia, Argentina, México, Cuba y Portugal, entre otros países. Otro de los medios que también se decantó por la defensa del método de Asuero fue El Siglo Médico, en el que se afirmaba: “Fernando Asuero ha sido siempre un caballero perfectísimo(…). Se divaga, se inventa, se miente y se escupe sobre la dignidad de un médico honorable”. Porque lo más importante del debate que se generó era que las críticas hacia Asuero se circunscribían a que no era capaz de explicar científicamente cómo actuaba su sistema. “De eso del trigémino le diré que, como no obedece a principios científicos, lo juzgo inadmisible”, afirmó Santiago Ramón y Cajal.

Había curaciones, de acuerdo. Se producían insertando un estilete por la nariz y excitando ciertos nervios nasales, bien. Pero ¿sobre qué bases racionales y médicas se fundamentaban? Eso es lo que Asuero no sabía explicar y lo que se le reprochaba abiertamente.
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El nervio Trigémino
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El nervio trigémino o nervio trigeminal (del lat.: trigeminus, de tres mellizos), también conocido como quinto par craneal o V par, es el nervio craneal sensitivo más importante de la cara y el mayor de todos, ya que ocupa más de un tercio del total del volumen, y es el más elástico. Se divide en tres porciones principales:
La función sensitiva del trigémino se conforma por fibras somáticas que conducen impulsos exteroceptivos, como sensaciones datiles, de propiocepción y dolor, de los 2/3 anteriores de la lengua, piezas dentarias, la conjuntiva del ojo, duramadre, la mucosa bucal, nariz, y los senos paranasales, además de la piel de la mitad anterior de la cabeza aproximadamente.
  • El nervio oftálmico lleva información sensorial del cuero cabelludo y frente, párpado superior, la córnea, la nariz, la mucosa nasal, los senos frontales y partes de las meninges.
  • El nervio maxilar: lleva información sobre el párpado inferior y la mejilla, la nariz, el labio superior, los dientes superiores, la mucosa nasal, el paladar y el techo de la faringe, los senos maxilar etmoidal y esfenoidal.
  • El nervio mandibular: lleva información del labio inferior, dientes inferiores, barbilla, de dolor y temperatura de la boca. La sensibilidad gustativa de los 2/3 anteriores de la lengua, acompaña a una rama de este nervio, la lingual, aunque estos tipos de fibras nerviosas luego se desvían para formar parte del par VII.


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